martes, 6 de octubre de 2009

Frases sin terminar, Poldy Bird.

Otra vez te has marchado.
Hemos estado juntos. Varios silencios levantaron sus catedrales entre los dos. Y luego las palabras, murmuradas, gemidas, húmedas, con esa intensidad de río que sin embargo sigue su curso, rescataron un poco solamente de todo lo que teníamos que decirnos.
Cuántas frases sin terminar.
Empezadas, naciendo, pero asfixiándose porque el dolor les quita su oxígeno vital.
Son como pajaritos que se caen del nido sin haber aprendido a volar, y quedarán allí, las alas diminutas, disimulados entre las violetas que este invierno crecieron sin cuidados ni riegos, por la sola costumbre de azulear el jardín.
Yo entiendo que es difícil. Cómo no he de entenderlo.
Que el desarraigo duele más que una espina abriendo la palma de la mano. Que este péndulo rítmico de idas y venidas va marcando las horas poquitas que son nuestras, y las otras, las largas, interminables horas que estamos separados.
Yo entiendo que es difícil. Nadie dijo jamás que fuera fácil.
Pero cuando llegamos al lugar del encuentro, cada cual fue con su carga de vida.
Traías tus fantasmas, tus luchas y tus miedos. Y yo, mis pobres ruinas, mis llantos y mi empeño por vivir.
Los dos tan castigados… y una chispita mágica (¿cómo surgió?, ¿de dónde?) hizo el pequeño fuego.
Fue entonces. Lo supimos.
La señal era clara.
El mensaje fue apenas una sonrisa. Y en ese paso, leve, corto, fugaz, ya estaba todo el resto de los pasos, estaba todo el camino que recorreríamos. Así como en una semilla tan chiquita está el árbol, su fronda sombreadora, sus flores olorosas, el fruto que comemos.
Así empieza el amor. Eso ya los sabemos… Frases sin terminar por timidez, por apresuramiento, por querer contar todo, poner toda la historia sobre la mesa, los naipes descubiertos y ni un As en la manga. Y el final de las frases uno se lo imagina. Y se rompen los cántaros mostrando el contenido. Y se apuran las manos para atrapar al viento.
Todavía uno puede… porque aún no ha crecido la tempestad oscura de los celos…
Pero los celos llegan. Retrospectivos. Torvos. Y vamos escondiendo algunos naipes. “¿Qué era esa carta?”, “¿qué era?”. “Nada un tres de diamante”. “¿La amaste?”. “¿Lo querías?”. “¿Y a mí más?”. “¿Y a mí…?”. Vuelve a su caja el mazo.
Y la mesa se queda hecha un desierto.
Detestas tus fantasmas y detesto mis ruinas, pero están tan pegados a nuestras soledades que nos cuesta desprendernos de ellos.
El ser humano es trágico por naturaleza. Se aferra a la tragedia, y tiene desconfianza de las sencillas alegrías.
Tiene miedo de arrancarse un milímetro cuadrado de piel al arrancarse toda la tristeza… y anda por ahí con la tristeza a cuestas… esa tristeza que de tan pesada, tan filosa, va desarrollando un día, quitándole absolutamente toda la piel.
Pregona sus miserias, su violencia… y esconde cuidadosamente lo que tenga que ver con la ternura.
Otra vez te has marchado.
Iba a decirte.
Iba a…
Iba.
Pero quedó planeando en el aire la frase, igual que un avioncito de papel arrojado desde un noveno piso.
Quedó dando vueltas, rondándote, sin alcanzarte, haciendo intentos vanos.
Iba a decirte… Quise hacerlo… Pero…
Tampoco te esforzaste por escuchar.
Si al menos tu mirada… O si al menos tus manos… O si al menos…
Y a lo mejor piensas igual que yo, que no alenté tu frase, la que querías decirme y planeó, también ella, dando vueltas, rondándome, sin alcanzarme…
Es el dolor el que nos vuelve desamparados y pequeños.
Pero tenemos que vencerlos.
Si los dos pudimos llegar hasta aquí con la esperanza, remendada, emparchada, pero esperanzada, también podremos estrenar los días de la felicidad, que no están lejos y no son ajenos a nosotros.
Vamos… vamos, atrás la desconfianza y la fatiga, a un lado la propensión al llanto y al disloque, al cesto el libreto de víctima…
No hay nada que nos canse cuando estamos contentos.
No hay nada que nos tumbe cuando nos entusiasmamos.
Cuando tenemos interés, la voluntad es de hierro.
Yo abdico de mi infierno. ¿Abdicarás del tuyo? Con tanto cielo como tiene el cielo no instalarnos un pedazo en el alma te juro que es el peor sacrilegio.
Todo lo que necesitamos es querernos, y el espacio apretado del abrazo, y la luz que es la luz cuando la vemos.
Hagamos el esfuerzo.

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