viernes, 4 de septiembre de 2009

Una mujer que espera, Poldy Bird

Querido:

Ésta es la carta de una mujer que espera. Y una mujer que espera no se parece mucho a la mujer que es en realidad.
Una mujer que espera tiene miedo.
La desconfianza teje una telaraña sutil que envuelve todos sus pensamientos.
Y así, sus pensamientos se van tornando sombríos, enloquecidos, como una jauría de lobos salvajes que corren y corren dando vueltas en redondo para llegar siempre al mismo lugar. ¿Y sabes lo que es ese lugar?: el borde de un precipicio.
Mirando hacia abajo no se ve el fondo, sólo se ve una infinita hondura, un pozo sin fin, sin piso; un abismo que parece atraerla. Hay que tomarse fuertemente de las débiles ramas circundantes para no caer allí.
Alrededor de una mujer que espera, se desdibuja el mundo.
Las dimensiones y las perspectivas se vuelven confusas. Da lo mismo el día que la noche: solamente cuentan las horas que faltan para el momento de la llamada o del encuentro.
Tu voz la alegra, pero ella no puede demostrarte en seguida su alegría, porque está tan recubierta por angustias y penas, que sacarla de allí le lleva mucho tiempo.
Y cuando ya está a punto de sacarla a la luz, termina la llamada, y en los dos queda una sensación de fracaso, de decepción, de alejamiento.
Una mujer que espera se convierte en aburrimiento.
Porque siempre repite las mismas palabras: "¿Me extrañás?" "¿Me quieres?" "¿Piensas en mi como yo pienso en ti?" "¿Has visto a alguien?" "¿Has reído?"
Y si has visto a alguien o has reído, que punzada en el alma, qué estiletazo en la mitad del pecho.
Porque no deberías reír, ni tener ganas de nada, ni pronunciar palabras que otros oigan, ni comer, ni beber, ni dormir, ni ir al cine, ni...ni creer que estás vivo.
No sé cómo es la espera de los hombres, qué es lo que sienten los hombres cuando esperan...Pero se me hace que le buscan la vuelta al tiempo para sacarle provecho. Que...hasta se perfuman para ir al trabajo...
Que sus horas se pasan como cualquier hora de los días normales: siguen teniendo sesenta minutos, y cada minuto sesenta segundos, cuando para ella las horas de espera tienen sesenta millones de minutos, todos ellos ocupados por la imagen del aguardado: una imagen amable, una imagen traidora, una imagen tan cercana a la piel que la estremece, una imagen difusa en la que no pueden distinguirse la forma de la boca, el brillo de los ojos, la fina línea de la nariz... Pantallazos que dan un golpe en la boca del estómago y dejan sin respiración.
Es como perseguir una mariposa celeste por un parque: se corre tras ella, se estiran las manos, parece que ya está, que sus alitas vibran, más que aletean, en nuestras palmas, y no, es una hojita amarilla de un arbusto la quieta prisionera, porque la mariposa sigue revoloteando sobre nuestra cabeza...Y, al fin, ya no corremos, ya no podemos insistir... ella se va y se acerca cuando quiere...
Una mujer que espera es la mitad de una mujer.
Es esa mitad que no se pinta, que no tiene ganas de salir, de arreglarse el pelo, de soportar tacos altos, de ir a comprarse ropa...
Es la mitad que no acomoda flores en los floreros de la casa, ni llama a los amigos, ni acepta invitaciones. No presta atención a lo que pasa. Ni a las cosas que dicen los demás. Puede hasta parecer un poco tonta, un poco miope, un poco sorda. A cada rato pregunta ¿qué? ¿Qué decías? Es un robot idéntico a ella, igualito a ella, que actúa manejado por el control remoto de la obligación, la costumbre, los prejuicios, la inercia de un movimiento que se inició en alguna generación anterior.
Oh, solamente tú puedes despertarme de esta hibernación.
Conoces los resortes, aunque estés distante.
Sólo con que lo dijeras de una manera suave y persuasiva, yo olería las rosas de tu jardín.
Sólo con que lo escribieras con esa tinta verde de tus cartas, yo bailaría entre las letras, me tendería sobre ellas como sobre un trebolar mojado, tendría sonido de campana, de cristal tintineante, de agua entre las piedras.
Tendría olor a verano, a lluvia en las violetas, a pan recién horneado.
Sólo con que me dieras tu ternura...
Eso.
Tan pequeño e importante.
Eso tan poco tenido en cuenta.
La ternura.
Que fue lo que me hizo descubrirte entre todos los hombres del mundo.
Que fue lo que hizo que te viese distinto, bello, raro, necesario.
Una mujer que espera es una lágrima.
¡Tiende tu pañuelito de palabras, seca mis ojos, hazme dormir envuelta por tus brazos!
Sólo con que lo digas, con que lo escribas, con que lo sientas, me parece que sería suficiente.
¡Oh, casi todo me parece, a esta hora, suficiente...!
Una mujer que espera...se conforma con poco.
Y hasta puede decirte:
"Me basta con que me des tu ternura desde lejos.
No pido que te acerques
ni siquiera pido que me ames.
Porque todos están y me rodean
para hacerme sentir sola,
y basta que yo llegue a alguna parte
para temer
para querer huir, irme de mí, abandonar el cuerpo,
refugiarme en cualquiera que sonría..."

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